LA CALLE ES NUESTRA
En defensa de la Alegría
Hay en el ambiente un
olor festivo. Los niños en la calle pululan y se agitan corriendo de esquina a
esquina, como las mariposas aletean abundantes en los bosques, indicando con
sus revoloteos la buena calidad y
equilibrio que se vive en su diversidad. Estos niños saben que cerramos la
calle, porque el pavimento se convierte en el parque más grande y barato, la
biblioteca más encantadora, el lugar para ser libre y aprender. Nosotros en la
calle, defendemos la alegría como manda el poeta, “del escándalo y la rutina,
de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y definitivas” ¿No
son acaso los niños sonriendo, pintando, saltando y jugando libremente como las
mariposas, un indicador de buena calidad de calle, sin fronteras, sin
delimitaciones, anunciando a los adultos que es posible hablar de equilibrio y
de paz?
Desde hace varios años empezamos
a creer en la idea de devolver la ciudad a los niños y hacerla más agradable
para ellos. Entonces, emprendimos la tarea desde nuestro barrio; Realmente no
fue difícil convencerlos, allí empezamos a aplicar el principio de equidad y
participación para quitar la idea de que los niños solo son individuos que
reciben y no aportan. Grabamos sus pensamientos, en textos y pinturas e imaginamos
una nueva ciudad con ellos, empezamos a construir
por lo menos desde las ideas, haciéndolas escuchar a los adultos de la
comunidad lo que los niños tenían para
decir sobre su cuadra y su comuna, y vamos progresando, solo nos falta hablar
con los alcaldes y arquitectos, confiados seguramente que como ellos también
fueron niños entenderán e interpretaran de buena forma los aportes que los
pequeños han hecho.
El detonante
La comuna 13 en el
oriente Cali hace parte del mal llamado Distrito de Aguablanca, una zona con una
inmensa riqueza cultural que vibra por la alegría de sus habitantes pero que evidencia también unas profundas
desigualdades sociales, producto del desplazamiento forzado y el desequilibrio
en el ejercicio político y económico de las administraciones estatales. Algunos
se han atrevido a calificarlo como la otra Cali, que inicia después de la
Autopista Simón Bolívar y tiene otras lógicas de ciudad. La lucha por resignificar la idea del
Distrito es una tarea que muchas personas comprometidas han emprendido con diversas acciones
que permitan mostrar la otra cara de este sector. Y aquí entramos nosotros, a
replantear el significado que para nuestros jóvenes y posiblemente por herencia
recibirán también nuestros niños sobre la calle, una madre que ha parido a sus
hijos pero como Neptuno también se los ha comido.
Colombia y su inmensa sabiduría
popular consagra a la calle como la madre de todos los vicios y las desgracias.
La aparente libertad que ofrece es entendida moralmente como el despliegue de
la desvergüenza y el impudor, y de allí resultan apelativos despectivos y marginales
como “niños de la calle” o “mujeres de la calle”, que refieren la desventura de
algunos individuos que han sido víctimas de las aparentes libertades que ofrece
la misma. En pocas palabras, resulta siendo un espacio de excesos y descontrol,
que lleva a sus hijos a la forma más degradante, hasta cometer actos impropios
que caminan en contravía de la moral y
la vida misma. Sin embargo, la calle
sigue siendo solo un espacio y en medio de aquella libertad se
encuentran las soledades de quienes la frecuentan.
Curiosamente hemos
descubierto que el miedo que se tiene a la calle es simplemente producto de la
mirada indiferente sobre las dificultades que pesa sobre ella. Nuestro
indicador más confiable, es a su vez una idea romántica que hemos sabido
mantener y defender: si hay niños jugando en la calle, esa calle es de fiar;
pero no niños solos, los niños acompañados
de sus familias y otros actores sociales que confluyen en un tejido comunitario
que permite reclamar al unísono con más fuerza ese espacio de integración y
entonces así “La Calle es Nuestra”
La consigna del programa
puede resultar conflictiva por el modo arbitrario que emplea, en el que resulta de modo aparente una
apropiación del espacio que en esencia se constituye como público. Sin embargo,
en este caso, hablar de apropiación de la calle supone una forma de resistencia
colectiva, en el que los niños acompañados de sus familias hacen uso del lugar,
sin territorializarlo, y mucho menos privatizarlo. En primer lugar porque iría en contra de la
dinámica del trabajo que nos hemos propuesto, que apela a una construcción
comunitaria donde se reivindique el espacio de la calle como un escenario de
transformación social en el que cabemos
sin necesidad de fronteras, y en el que la apropiación resulte como una
manifestación de ciudadanía activa que convoque a la acción transformadora de
las realidades que afectan negativamente la comunidad.
No se trata entonces de
una acción obligada ni represiva, es necesario que el proceso se inicie bajo la
iniciativa de ciudadanos conscientes de su realidad, que manifiesten una inconformidad
con la misma y una intención de transformarla,
pues en últimas son las fuerzas en conjunto las que permiten apropiarse
de las calles y generar cambios. En este camino hemos encontrado el entusiasmo
de los estudiantes, la solidaridad de las
madres y los padres de familia, que se involucran en la tarea de volver más
segura y tranquila la ciudad para los niños, sin necesidad de contar con
sistemas cerrados de seguridad y televisión.
La pregunta que puede
surgir de todo este proceso es ¿a quién le reclamamos la calle? Y de inmediato
sellamos una respuesta clara y contundente: le reclamamos la calle a los
indiferentes que caminan por ella, quienes se han acostumbrado a las prácticas
de violencia, propagando a su vez el estigma que pesa en contra nuestra
comunidad. Le reclamamos la calle a los grupos violentos que en medio de sus
ajustes han dejado tantas vidas tendidas en el pavimento. Le reclamamos la
calle a los que creen que es más importante un carro o una moto que la alegría
de correr, divertirse y aprender.
Coda
Hoy sábado es el espacio
de encuentro y construcción, cerramos la
calle para apropiarnos de ella y en un acto simbólico le decimos a cuantos
pasan “la calle es nuestra”, siguiendo
los postulados del Pedagogo italiano Francesco Tonnuci gritamos “la calle es de los niños”, “no siga si un niño no lo autoriza” y
prevenimos a quienes pasan descuidados: “peligro obra artística en la vía” “maneje despacio pequeños artistas trabajando
y construyendo ideas”. Así es como, estas cuadras de nuestro barrio se
convierten en zonas de juego, diversión y aprendizajes, donde reunirse para ver una
película nos sirve de pretexto para entablar un diálogo sincero y reflexivo
sobre la solidaridad o el perdón, valores tan necesario para lograr el
equilibrio y la paz que deseamos; o hacer una pintura en caballetes y tomar
fotografías para explorar la realidad y transformarla; o participar de una obra
de teatro que arroje plantea posibles
soluciones para resolver conflictos de manera creativa entre vecinos. La calle para nosotros es literalmente la
nueva escuela y se ha convertido en el instrumento para defender la alegría,
seguros que al cumplir nuestra tarea lograremos que los individuos puedan integrarse y pasar por
encima de sus diferencias.